Despertar en el lago Michigan

 Sara y Freddy decidieron pasar las vacaciones en la casa que tenían cerca del lago. Eran un matrimonio de avanzada edad y llevaban un año sin ir, debido a los avatares de la vida. Él sufrió un accidente de coche que hizo que se quedara en silla de ruedas. Los médicos que lo intervinieron, pensaron que le sentaría bien permanecer una temporada allí. Dentro de poco iban a celebrar su cumpleaños. El lugar no podía ser mejor. Se veían patos y colimbos que alegraban el ambiente con sus cantos. Un antiguo amigo de la pareja, Joel, les ayudaba con todo, incluso les entregaba en persona las cartas que recibían atravesando el lago en su pequeño barco.

El marido de Sara, era un cascarrabias, siempre estaba refunfuñando por haberse quedado inválido, A menudo pensaba en la insensatez cometida al coger el coche después de aquella cena de trabajo, con unas copas de más. Le amargaba no ser el mismo de antes. Se negaba a que le ayudaran y no permitía que nadie empujara su silla de ruedas, de modo que, la mujer, estaba pendiente de él en todo momento tratando de que este no se diera cuenta.

Por su cumpleaños, llenaron todo de globos y serpentinas e invitaron a los pocos vecinos que quedaban a que pasaran la velada con ellos. Los hijos no acudieron, debido a sus diferencias, no se llevaban muy bien con el padre. Estuvieron cenando, escuchando música, comiendo una tarta. Sopló las velas de mala gana, no quería celebrar nada. Cuando por fin se marcharon todos, le dijo a su mujer que prefería estar tranquilo y sin tanto bullicio. 

Al día siguiente Sara, se marchó al campo a coger flores, quería adornar el pórtico, no tuvo tiempo de hacerlo antes. Eso la entretuvo toda la mañana, olvidándose por completo de su marido que quería valerse por sí sólo. Él arrastró la silla como pudo y se dirigió al lago, en la orilla seguía habiendo una barca que solía usar para pescar, y, ni corto ni perezoso, con ayuda de sus brazos, se bajó de la silla de ruedas y se sentó en ella. Allí tenía todo lo necesario para la pesca: redes, caña y anzuelo. Se puso a remar sin rumbo fijo, simplemente quería volver a saber lo que se sentía. Su mujer, al llegar a casa, se asustó al no verle, le buscó por todas partes, pero no aparecía. Se le pasó por la cabeza acercarse al lago. Allí vio solo la silla pero no el bote y dedujo lo que se le había ocurrido hacer a su esposo. Llevaba años intentando pescar una trucha de unos dos metros de longitud, era enorme, la solía llamar “Hija de su madre” ya que nunca picaba el anzuelo. Inmediatamente llamó por teléfono a Joel, que siempre estaba dispuesto para lo que necesitarán y salieron juntos a buscarle. Recorrieron todo el lago pero no lo encontraron. 

Freddy había remado tanto que se le hizo de noche, con la oscuridad apenas veía. Se encontró dentro de una cueva y debido al cansancio acumulado, se quedó dormido. La cueva tenía una salida secreta por la que pasó la barca en su trayecto a la deriva. Cuando despertó, se encontró en otra parte del lago no visitada antes. Se hizo de día, calentaba un sol de justicia. Al pobre hombre ya no le quedaba más energía. Estaba tumbado boca arriba, tanto sol le dejó sin fuerzas, casi no respiraba. El bote siguió su rumbo, dejándose llevar por las olas, acabando en una especie de isla con arena y algún que otro árbol. Allí se encontraba un hombre, era el único habitante del lugar. Al ver la barca acercarse a la orilla, se dio cuenta de que no estaba vacía, en ella vio a una persona moribunda. Le sacó de allí, le tumbó en la arena, observó su estado físico y decidió llevárselo a una cabaña que tenía en el interior. Estaba muy demacrado, le auscultó para ver su estado y saber si podía encontrar algún remedio para ayudarle. Estuvo con él, viviendo en la isla diez días hasta que se recuperó mediante unos bálsamos y unas cataplasmas que le ponía de seguido en el cuerpo, pues tenía mucha fiebre. Cuando se repuso, el isleño le contó lo que le había ocurrido y Freddy le dio las gracias y le dijo que su mujer estaría preocupada por él. Este, le explicó que podía ayudarle pero a cambio no tenía que decir nada de lo sucedido. No era bienvenido en la ciudad. Le tomaban por un pordiosero y falso curandero. Le montó en la barca y pusieron rumbo a la cueva. Llevó, amarrado con una cuerda, su bote. Cuando llegaron al otro lado, soltó la cuerda y volvió a su lugar de residencia. 

La mujer de Freddy ya le daba por muerto, después de tantos días sin saber de él, decidieron llamar a la policía que tampoco consiguió encontrarle. Con un dolor inmenso se dispuso a preparar su funeral, un funeral sin cuerpo. Querían hacerlo a orillas del lago. Avisaron al cura del pueblo y a los hijos, la madre les contó desconsolada lo sucedido, concertaron una hora para el último adiós. Allí estaba la familia, algunos vecinos del pueblo y por supuesto no podía faltar Joel, al que no paraban de caérsele las lágrimas. Lloraban mientras el sacerdote rezaba rogando por su alma cuando, a lo lejos, vieron aparecer la barca de Freddy. Se estaba acercando poco a poco. Levantó la cabeza y gritó todo lo fuerte que pudo. “¡Estoy vivo, estoy vivo!” Los allí presentes no salían de su asombro al oírle. Les temblaba el cuerpo, lloraban de alegría. Cuando la barca se acercó a la orilla, la mujer salió corriendo y le abrazó. 

—¡Freddy, eres tú, estás aquí! —exclamó—. ¡Gracias, Dios mío! Gracias por haberme devuelto la mitad de mi vida. 

Lo sentaron en la silla de ruedas y se fueron a casa. Sara había preparado unos canapés para tomar después del funeral, pero en esta ocasión aprovecharon para usarlos en su nuevo cumpleaños, pues ese día había despertado a la vida.

Al día siguiente hicieron una reunión familiar, habían reflexionado en el tiempo que le dieron por muerto y comprendieron que todo eran malentendidos y tonterías. Zanjaron todas las discusiones, y él volvió a sonreír. 


Transcurrían los días de vacaciones, los colimbos salían de vez en cuando por el lago, no paraban de escucharse sus maravillosos cantos y el matrimonio disfrutaba de unos espléndidos días de sol. De vez en cuando Sara le montaba en la barca y daban paseos por el lago, llenándose de la belleza de la naturaleza. Freddy se acostumbró a tener que estar en una silla de ruedas a pesar de que no le gustara. Le cambió el humor, ya no lo veía todo negativo. Disfrutaba de la compañía de su mujer. 

Sus hijos se tuvieron que marchar, debían volver a trabajar. 

En una de sus últimos paseos por el lago, volvieron a ver a Hija de su madre. Estaba saltando en el agua, Sara al divisarla, tocó la espalda a Freddy.

—Mira quién está ahí —le susurró. 

Freddy sonrió como solía hacer siempre, pero esta vez no se molestó en intentar capturarla, decidió que todavía les quedaban muchos veranos por pasar en el lago Michigan.


Merche Real enero 2023



Comentarios

Entradas populares de este blog

Pura Magia

Blanquito

A MI ADORADA MEDINA