Turin Turambar
Turin Turambar
"Cuando era más joven y más vulnerable, su padre le dio un consejo en el que no dejó de pensar desde entonces.
—Antes de criticar a nadie —le dijo—, recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú.”
Turin Turambar era un niño muy triste, nació en una familia desestructurada y, a sus 12 años, no había aprendido a leer y a escribir. Algunos vecinos del barrio cuando le veían por la calle, le insultaban.
—Mira, por ahí va el tonto de Turin Turambar —decían.
Todos se reían de él, para colmo le había salido un herpes en la nariz que le afeaba la cara.
Turin Turambar no quería que se supiera la situación en la que vivía. Su padre era un alcohólico y su madre se gastaba el dinero en las máquinas tragaperras. Cierto día, el niño, que no se olvidaba del consejo que le dio su padre, vio a la madre de "Turin Turambar", malgastando el dinero que tenía para la compra. En ese momento se dio cuenta de la situación familiar del pobre Turin. Habló con su padre.
—Tenemos que protegerlo —le dijo—, hay que hacer algo. Que le lleven a un centro de acogida o a una familia que le quiera y sepa cuidarlo.
No sabían lo que hacer, les entristecía su situación, y sentían empatía por él, se daban cuenta de lo afortunados que eran, de lo que tenían en la vida y lo que él, Turin Turambar, probablemente no llegaría a tener nunca si continuaba con sus padres. Estuvieron pensando y al final encontraron la que creían que era la mejor solución.
En su casa había una habitación libre, era de su hermano, un hermano que nunca llegó a mayor. Desgraciadamente murió cuando tenía 3 años en un accidente. El coche en el que viajaban chocó con un camión, debido a la niebla tan intensa, no pudieron evitarlo. Se salvaron todos menos él, y pensaron en Turin Turambar.
—Yo creo que nos vendría bien tener otro hijo que llene el vacío que nos ha dejado el pequeño Pachín —así le llamaban en casa—, de esta forma estaremos todos contentos; nosotros veremos la habitación ocupada y él vivirá con una familia acomodada y feliz.
Y así fue, al cabo de unos días se pusieron en contacto con Asuntos Sociales explicando la situación del niño y también la idea de que ellos estaban dispuestos a acogerlo.
Merecía el cariño y todo lo que le haría falta. Unos estudios, ropa y comida.
Pasó al menos un mes entre trámites y papeles y, por fin, el niño se fue a vivir con la familia de Pachín. Empezó a comer más, estaba esquelético, jugaba con su nuevo hermano. Se hacían compañía, el hermano le ayudaba con los deberes y se divertían. Se dio cuenta de la diferencia de vida y que para ser una familia, no se tiene porqué llevar la misma sangre.
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